Las embestidas de las olas

Estábamos desgranando uvas verdes y comiéndolas, luego de haber acabado mis clases fallidas de guitarra, contigo de maestro, un maestro de ojos sonrientes y unas pestañas que dan envidia. Como en una película: una cama blanca -igual que mi vestido- fresca y mullida. Unas columnas griegas, y los muros eran... el mismo cielo, celeste y lleno de nubes de septiembre. Había unas personas refrescándonos con unas plumas gigantes. Tu voz: grave y cálida. Y ese sabor... ese sentir, que, aun por un breve tiempo, la realidad puede superar a las mejores producciones. ¡Que la felicidad existe! Tú hacías que una cama sencilla flotara por el espacio. Una vez estaba a la orilla del mar, y las embestidas de las olas hacían volar a las gaviotas... Vinieron a mi memoria esos momentos en que hablábamos telefónicamente y yo sabía en qué lugar estabas y qué vestías, los kilómetros eran centímetros cuando se trataba de ti. Ese  tiempo está tan distante, pero creo que tengo una deuda contigo (o más bien, conmigo, para dejar lugar a una nueva felicidad...): No haberte dicho lo suficiente cuánto te amaba. Hay detalles que me reservo... pero una semana antes, en un sueño te vi pasando por un desierto, desgarrado por la eventualidad de perderme, mustio y sin luz. Entonces desobedecí todos los consejos, e hice un pacto contigo. Quizás nunca se cumpla la visión del segundo día... ahora, al menos, es doblemente imposible. Asimismo, nunca hice una pintura acerca de ti; eso sí, en esos años dibujé el boceto, según el cual eras un pintor con boina y una capa de terciopelo color vino, tenías ese bigote de mosquetero, que me encantaba; y habías dejado de mirar el lienzo de tu autorretrato, para verme, con ese giro tuyo tan seductor. Aún está en mi agenda, ésa que tenía tu nombre y el mío con letras doradas.

Jamás unos ojos habían mirado hasta el fondo de mi espíritu, hasta transformarlo. Recuerdo que muchos años después, me dijiste que me amabas; con un amor también transformado. Por eso asistí a ese momento, para asegurarme de que ibas a ser feliz. Hoy estás lejos, y quizás no sea necesario pintar ese cuadro, porque unos ojos como los tuyos ahora me miran desde otro rostro, y unos labios como los tuyos, me dicen "te amo mamá".

Tengo que despedirme, está a punto de amanecer otra vez.

(2018/10/04)



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