Las cartas del sacerdote

I. EL ORIGEN
Las primeras cartas eran de un sacerdote español que vivía en un poblado cerca del Mar Mediterráneo, se llamará Jasón. En su momento me dijo que llevaba años buscándome y que ponerse en contacto conmigo era casi un imperativo, que le pareció que a la vez que guardaría su anonimato y el de los protagonistas, podría al fin liberarlo de las pesadillas y ocultos pensamientos que con frecuencia le asaltaban. A veces creía, incluso, que tenía un trastorno mental o era presa de una maldición, puesto que innumerables veces presenció escenas imposibles para la vida material; pero también era azotado por un exceso de realidad.
Sus primeros mensajes se me hacían un tanto difíciles de descifrar, en parte por mi inmadurez, y en parte, por su rebuscado y anticuado lenguaje, pero delicioso al fin para una lectora como yo. Se notaba que era ¿o es? un hombre culto y de una moral rara para estos siglos. Aún así, a veces me hacía sonrojar contándome confesiones acerca de las confesiones.
No sabía cómo visualizarlo, mis amigos saben que siempre preciso algo de contexto, porque de lo contrario «solo me puedo imaginar tu cabeza flotando en el espacio». Mucho tiempo después me dijo: «en esos años yo tenía sesenta, y ciertamente, soy blanco, de voz pausada y ronca y cabello liso, de ese liso que se quiebra cuando encuentra obstáculos, ‘con gatitos’ se dice en tu país».
Fue a través de una antigua red de colonias (tanto, que en este momento no recuerdo su nombre) que le di mi dirección postal. La primera carta no tardó en llegar. Su contenido me sorprendió tanto como su caligráfica letra, y daba la impresión de que escribía con pluma. Luego de los saludos y agradecimientos de rigor, fue rápidamente al grano, no sin antes rogarme que no me ponga en contacto, que tanto él como las personas nombradas en cada relato podrían exponerse a diversos niveles de peligro.
Me habló de una epifanía en que aparecía una adolescente como yo; de ahí mi asombro, porque a miles de kilómetros de distancia tuve la mía propia, que calzaba con la suya en lo primordial y en los detalles, aunque algo desfasada en el tiempo. Eso me convenció de aceptar su correspondencia futura, y su dinero.
Sella es el nombre que asigné a la niña de su primer relato, hay en esa historia una conjunción de inocencia y malicia, ella no superaba los doce años y ya…
Por cierto, él me bautizó Servanda. Debo sacar la ropa de la lavadora, me despido por hoy.

(2021 11 10)

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