Huyendo de ti

- Señor, señor, despierte

-¿Dónde está ella? ¿Y los niños, dónde están?

- ¿Señor, qué le pasó, qué nos puede decir?

- Todo comenzó cuando nos presentamos, ella estaba con su pareja de esos tiempos, un endomorfo simpático, pero nada confiable. Cuando me saludó, ella gesticuló una amplia sonrisa, con unos dientes -casi- perfectos. Él, al poco tiempo mostró que no se fiaba de mí, como si lo hubiese intuido desde el primer momento. ¿Siete años han pasado ya desde aquel encuentro? No lo sé, solo sé que perdí la noción del tiempo y de la decencia.
- Señor ¿Cuál es su nombre?

- No lo puedo decir. Me costaba tanto expresar lo que sentía -y lo que siento aún- que ponía canciones cuando ella estaba cerca, canciones relativas a hechos recientes. Para que las notara, incluía las “canciones mensaje”, una cada vez, en una retahíla en que fueran totalmente disonantes con las que las antecedían y con las que proseguían; bajaba o subía ostensiblemente el volumen de la canción elegida; o simplemente las cortaba en la mitad cuando advertía que ella estaba escuchando; y/o introducía una canción, “la canción”, en un idioma diferente a las que escogía para el antes y para el después.

Imaginaba que ella en su computador las escuchaba en orden cronológico y que así también las reproducía en su auto; como yo reconstituyo así nuestra historia a cada momento, con pasajes más o menos felices, directamente proporcionales a mi entonces actual valentía. Muchas veces hurgué en sus perfiles en las redes sociales, y vi videos de las canciones que había seleccionado para ella, a causa de ella. Otras veces eché a andar en su presencia música que ella había colgado en sus redes. Porque cuando la veía, quería gritarle: ¿Qué tengo que hacer para que te importe? ¿Qué hago cuando un relámpago me golpea? Y despierto para encontrar que no estás allí”, pero en lugar eso, simplemente me callaba.

Algunas veces íbamos por las mismas calles, aunque en sentido inverso, yo disminuía la marcha de mi coche, por el impacto del fortuito encuentro, y para prolongar el momento en cada ocasión. Y al mismo tiempo, todo lo que nos rodeaba se diluía; solo ella llenaba mi campo visual y mi atención. Me parecía observar que también ella disminuía la velocidad, mirándome mientras nos acercábamos; y alucinaba que afloraba de su boca una sonrisa. Pero ella sonreía poco frente a mí, a causa de mí, de lo que no di. Quizás ni siquiera me había visto. Quizás no se arremolinaban en su mente ni en su corazón los pensamientos ni las sensaciones que se agolpaban en mí de un momento a otro producto de esos encuentros sorpresivos. Pero estoy seguro de que ella alguna vez me quiso, porque los besos no engañan, y menos los besos suyos.

Solo un par de veces la vi en el asiento del copiloto, porque ella siempre andaba sola, en su auto, en la vida, en el limbo… Nada la dominaba, nadie la conducía. Una vez viajamos juntos, ¡ella iba a veintisiete centímetros de mí! Como si se hubiese abierto una puerta del Cielo, dados todos los errores que cometí y sigo cometiendo a su respecto; pero presa del pánico, aceleré con fuerza y llegamos rápidamente al destino en el que habría de bajarse.

Cierta vez iba en un sub blanco, acompañada por un rival; porque todo hombre que se le acercaba era mi rival, mi contendor en las batallas que nunca peleé. Y al día siguiente puse una canción acerca del encuentro, que quiero ensoñar que ella también notó. Esa vez, no sé si la presentí, pero fijé mi mirada en ella desde unos cien metros, imposible distinguir a alguien a esa distancia, pero lo que ocurre con ella es algo sobrenatural, e inexplicable, me pareció que ella también me miraba ya desde esa distancia, y que incluso giró en mi dirección su rostro cuando el vehículo de  mi oponente y el mío estaban lado a lado.

Unas cuantas otras veces más la vi acompañada por algún hombre, que, por ese solo hecho era acreedor de todo mi odio; y naturalmente, al día siguiente ponía una canción alusiva, ofensiva incluso, insinuando que gustaba de hombres adinerados, aún sabiendo íntimamente que ella podría tener a sus pies a quien se propusiera, y, sin embargo, estaba sola. ¿Con qué derecho podía reprocharle cosa alguna? - como solía hacerlo mediante la música-  me preguntaba a menudo.

Por esos tiempos me obsesioné con sus horarios de conexión a las redes sociales; ella en algunas oportunidades ocultó esa información. Pero desde hace al menos un lustro parece ser que juega conmigo, como si supiera que la observo. Para probar mis teorías, he recurrido a diferentes subterfugios, como fallar a “los encuentros virtuales”, y ella parece registrarlo. A veces parece ser que hace inversa la persecución. En una oportunidad saltó agua en el teléfono de juego y estuvo a punto de enviársele un mensaje ininteligible, debido a una gota traviesa. Un par de veces la seguí en mi auto, ella disminuía la velocidad, como para cerciorarse, creo; pero luego todo seguía igual: cada cual haciendo lo inimaginable para mostrar total indiferencia por el otro.
¡Si tan solo pudiera tener agallas por un par de segundos para decirle que me mata el recuerdo de sus besos y de su cuerpo; de su perfume, aroma que quedó impregnado en los lugares que frecuentó  en esos entonces, y como el recuerdo más indeleble de mi memoria! ¡Ya no sé si vivo yo o ella vive en mí! ¡Que nada debió interrumpir esos momentos en que tuve el valor de sorprenderla por asalto y poner mi boca en su boca, invasión a la que ella no opuso resistencia, y que cesó abruptamente cuando se oyeron unos pasos venir!

Quizás fue un error decirle, al calor del momento, que me gustaba su cuerpo, lo que era y sigue siendo cierto; ni el paso de los años ha matado el encanto que me produce su contemplación; y no solo en mí, he captado la codicia con que la miran algunos, a pesar de que camina entre los cuarenta y los cincuenta. Pero no era solo su cuerpo, aunque al principio quizás sí… era todo lo que rodea su vida, su orgullo, su misterio. Creo que me condenó mi declaración, porque ella ha disminuido y aumentado sus proporciones aleatoriamente, y en mis elucubraciones concluyo que lo ha hecho para mostrarme que lo que me subyuga es algo inmaterial… que no es solo su cuerpo lo que me vuelve loco.

- Señor, reaccione…

- Algunas veces me escribió unas letras ¡y vaya que escribía! para reprenderme por mis conductas; pero lejos de aprovechar de decirle “Dios te bendiga, tú me haces sentir como nuevo”, ¡me comporté cada vez como todo un idiota!, y corté casi todos los puentes. Cuando estaba frente a mí no podía emitir frases coherentes, era como si la vergüenza de haber desaprovechado la oportunidad de iniciar con ella una limpia historia, y su total indiferencia, me hicieran despreciarme profundamente. Porque no estoy enojado con ella, sino conmigo mismo, por haber dado por sentado que ella nunca se cansaría de la incertidumbre que introduje en su vida y que aún genero con mi conducta tan irracional.

Hay noches en que me parece que ella me llama desde lejos, entonces despierto sobresaltado, enciendo el celular y veo que se ha conectado recién en “el horario acordado”, siento que lo que calla cada vez que nuestras miradas se encuentran, lo dice directo a mi alma, a mi espíritu… en las horas más impensadas. ¿Cuándo duerme?, me pregunto, y luego me respondo que ni ella ni yo dormiremos en paz hasta que tengamos esa conversación que tantas veces eludí.

- ¿Cuál es su estado?

- Contusión leve en cráneo y hombro derecho.

- ¿Víctimas fatales?

- Señala que iba acompañado; se hizo un barrido perimetral, pero no encontramos evidencias de tal afirmación

- Una tarde de verano, luego de meses sin haberla visto, tuve una prolongada visión: Yo estaba contemplando una gran cruz erguida en un campo, ella venía danzando y luego bailábamos en un abrazo. Eso no fue un sueño, no; ni una alucinación. Eso fue tan real y tangible como mi vida antes de conocerla.

Ella es independiente y confiada, la he visto desenvuelta a sus anchas ante auditorios llenos, la he visto emitir opiniones agudas sin temor alguno, la he visto enfrentar situaciones complejas con total aplomo y dominio de sí misma. La he visto extender con toda naturalidad su tarjeta y pedir el número telefónico a atractivos hombres sin siquiera sonrojarse, como si fuera una experta mujer de negocios -aunque sin omitir la dosis apropiada de esa coquetería sutil que me encandiló- arreglándoselas para dejar en claro, sin palabras, que no está interesada en asuntos románticos. Y, sin embargo, me pregunto por qué ha jugado tanto y tan persistentemente conmigo, y no me ha vuelto a hacer nuevos reclamos, ni a obsequiarme renovadas sonrisas. La he visto completamente nerviosa y torpe frente a mí, pero al mismo tiempo, totalmente decidida a no ceder hasta que yo, hasta que yo sea el hombre que espera que sea, el que la merezca.
Ella es una mujer común y corriente, como cualquiera que va por ahí, y no obstante parece tener una carga magnética ¿Serán sus profundos ojos negros, su pelo o sus caderas? ¿Serán sus largas pestañas, su inteligencia o su rebeldía? ¿Será su ingenuidad o su consecuencia? No lo puedo definir, y nadie con quien he hablado de ella sabe a ciencia cierta por qué despiertan tanta curiosidad sus palabras y sus silencios, sus presencias y sus ausencias, en resumen, su enigmático y selectivo mutismo.

Ella escribía, y envidié la intensidad y pasión de las prosas con las que describió a quienes le rompieron el corazón antes que yo: el padre de su hijo, el de ojos verdes, el de ojos de gato, el último “él” que me precedió. Algunas veces pienso que últimamente escribía para mí, pero nunca pregunté… Prefería, igual que ahora, deleitarme en la fantasía de que todas las casualidades no eran tales; que, en cambio, respondían a un designio… Ella pintaba, y me vi en sus últimos lienzos. Y le encantaba la música; prefería, igual que ahora, imaginar que cuando ella oía “[…] Sabe Dios qué angustia te acompañó, qué dolores viejos calló tu voz, para recostarte arrullada en el canto de las caracolas marinas […] una voz antigua de viento y de sal le requiebra el alma y […]”, de Mercedes Sosa, aludía a mi voz y a nuestra quebrada historia; aunque más no fuera para creer que si sufría por mí era porque no me había olvidado. Porque nunca permití que una mujer me olvidara.

Y me pregunto si quizás su tristeza se debía a que yo siempre me hacía acompañar de una mujer, la que debía ser su rival, (como a tantos rivales me enfrentó ella). Tal vez fue una representación letal, de la que también participaron unos cuantos actores más.

- Señor ¿De qué niños habla?

- Ahora recuerdo: ella va volando a Escocia… en el portamaletas está la carta… Y entonces me condené a que creyera que no estaba disponible, me condené a que no pareciera más que una descabellada ilusión, porque ella no traspasaría sus límites éticos. Los asientos que reservó para mí, nunca los usé; nunca despejé uno para ella. Todo surgió a raíz del rumor de que ella desahogaba sus penas y sus ansias en los brazos de un atractivo y fornido muchacho. Él le dio lo que buscó infructuosamente en mí cuando aún estaba dispuesta a luchar. Ella ya no habla de él. Tampoco habla de mí; como si se hubiese determinado a dejar morir lo que alguna vez fue prometedor, pero que arruiné con mi ruindad, con mi fama de Casanova, con acosarla virtualmente toda la semana, pero ignorarla cuando nos encontrábamos en lugares comunes, y debía disimular... Ella ahora aprecia el oído atento de quien esté dispuesto a comprender sus necesidades, de quien se ofrezca a ayudarla en los asuntos prácticos entregados comúnmente a la ejecución masculina. Ella aprecia el abrazo tibio que la consuela por todo lo que perdió. Ella ya no lo intenta. 

- Aparente intoxicación, sin hálito alcohólico; delirios. Refiere que vio a una mujer antes del impacto, la misma que ha descrito; pero dice que acaba de abordar un viaje a Europa, Escocia creo.

- Ya no quiero volver a los lugares en que pudimos ser felices, porque me recuerdan que soy incapaz de querer sin dañar, de exponer mi corazón por cuidar el de la mujer a quien le doy alas cada día, para luego dejarla caer en el abismo de la soledad. Ella no regresará.

- Señor ¿Cuántas personas dice que le acompañan?

- Entonces abrí el frasco, tomé cinco píldoras, y cuando estaba a punto de ser vencido por el sueño, vi las llaves del auto y salí como alienado; al rato activé el limpiaparabrisas, cuando la lluvia no me dejaba ver.

- Estamos en pleno verano, cielos despejados, no ha llovido…

- (Cantando) Las cosas están pasando más de prisa
 El tablero marca 120
 El tiempo disminuye
 Los árboles pasan como bultos
 La vida pasa, el tiempo pasa
 Estoy a 130, las imágenes se confunden
 Estoy huyendo de mí mismo, huyendo del pasado
 De mi mundo en sombras
 Lleno de tristeza, incertidumbre
 Estoy a 140, huyendo de ti.

Yo voy volando por la vida sin querer llegar
 Nada va a cambiar mi rumbo
 Ni me hará regresar
 Vivo huyendo sin destino alguno
 Sigo caminos que me llevan a lugar alguno

 El tablero marca 150
 Todo pasa ya más de prisa
 El amor, la felicidad
 El viento seca una lágrima que comienza a rodar en mi rostro
 Estoy a 160, voy a encender los faroles
 Ya es de noche, ahora son las luces que pasan también
 Siento un vacío inmenso, estoy solo en la oscuridad
 A 180, estoy huyendo de ti.

Yo voy sin saber a dónde, ni cuando voy a parar
 No, no dejo marcas al camino, no quiero regresar
 A veces, a veces siento que el mundo se olvidó de mí
 No, no sé por cuánto tiempo yo viviré así.

El tablero ahora marca 190
 Por un momento tuve la sensación de verte a mi lado
 El asiento está vacío
 Estoy solo a 200 por hora
 Voy a parar de pensar en ti y prestaré atención al camino

Yo voy sin saber a dónde, ni cuando voy a parar
 No, no dejo marcas al camino, no quiero regresar
 A veces, a veces siento que el mundo se olvidó de mí, se olvidó de mi
 No, no sé por cuánto tiempo yo viviré así

Yo voy volando por la vida…

- Constatar lesiones. Se sugiere derivación para atención psiquiátrica.

- ¿Cuál es su nombre?

- Ana María.


(2019/10/13)

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