Y sí, fue en los noventa del siglo pasado. Por esos tiempos unos amigos me invitaron a ser parte de gestiones pastorales de un sacerdote católico con niños de los cerros de Valparaíso. Fue una buena temporada, yo era la «tía» Ana María. A veces pensaba qué podía regalarle a esos niños, hacía cuentas, pero era imposible llevar un obsequio lindo y útil para cada una de esas quince o veinte almas que esperaban nuestras visitas y nos abrazaban felices cada siete días, mi economía de estudiante me dejaba sólo en las intenciones.
Cierta vez estábamos en un paseo recreativo solo para monitores, todos universitarios; a instancias tuyas, tú y yo nos alejamos del grupo por unos momentos, caminamos sobre hojas crujientes mientras atardecía y me dijiste que te ibas a Europa, mencioné un país que quería conocer y era precisamente al que irías. No sabía en ese momento ni ahora por qué me lo contaste de la forma en que lo hiciste; en esos tiempos tenía pareja y suponía que todo el mundo estaba al tanto.
No sabía por qué, aunque sin exceso de detalles, con frecuencia recuerdo el episodio de tu despedida; tal vez era de esas cosas que mi memoria fija caprichosamente. Tampoco sabía por qué siempre en esos meses, antes de ese último día, anunciaban que vendrías, tu nombre sonaba con frecuencia entre los que participábamos en esas actividades de fines de semana. Casi no distinguía a los «tíos», varios tenían el pelo largo y liso, no los diferenciaba. Solo uno era llamado como tú. ¿Cuál?…
Pero esa tarde y tu nombre resonaban siempre, también hoy. También a veces lo escribo, con grafito, suave, y luego lo borro, para que no quede evidencia. A veces no lo hago y al tiempo lo encuentro en los lugares más impensados. A veces creo que algún día lo verás entre mis papeles… Entonces lo reemplazo por la palabra «Usted», que también es inculpatoria, no sé si más de mí o de ti, o sea, de usted, señor…
En estas noches usted ha estado en los sueños; en los días, en la fragancia del té y las orquídeas, en el sonido del otoño. No sé si eres el mismo que en los noventa del siglo pasado se despidió; pero distingo al del hoy, con el mismo nombre que en esos tiempos se anunciaba. Que en menos de diez segundos va a sonreir y que en un momento indeterminado, pero pronto, se comunicará con su celestino, para hacer juntos conjeturas y planes de adolescentes. Te acostarás en tu cama, pero tu espíritu se vendrá a mi casa, como todas estas noches. Mañana, otra vez, nos miraremos fijamente a través de los cristales… «Es posible que nos hayamos conocido hace tiempo», pensaremos… «esa mirada me recuerda algo quizás todavía mucho más remoto», «esa insolencia es como la necesaria para un cambio de era y esa justicia que pretende es de un mundo que aún no existe».
2023 | 06 | 16